miércoles, 16 de enero de 2013

Baile de pelícanos en Cayo Levantado



 
Y en ésas estaba yo tan relajado, tumbado plácidamente en la fina y cegadora arena de Cayo Levantado cuando algunas barcas de los pescadores de Samaná pasaban cerca de donde el resto de bañistas y yo, disfrutábamos de las aguas cristalinas de este hermoso cayo dominicano.

 

Lo bueno es que las barcas llevaban en torno a ellas una escolta de mi interés: decenas o más bien centenares de pelícanos pardos del Caribe. Las aves eran un auténtico espectáculo. Alzaban el vuelo y se lanzaban en picado como enormes arpones tras la captura de los peces. Probablemente a los pescadores no les hiciera tanta gracia pero yo estaba disfrutando como un niño. Huelga decir que el bronceador y la piña colada en este momento de relax después de una intensa mañana de whalewatching con las ballenas jorobadas, pasaron rápidamente al segundo plano. Alternando cámara y prismático, disfrutaba con el espectáculo acrobático de natación sincronizada que los pelícanos me ofrecían. Hablo en primera persona, pues el resto de bañistas seguía a lo suyo.


 

Se sumergían, remontaban el vuelo con facilidad a pesar de su casi metro y medio de envergadura alar ayudados por el robusto aleteo y sus patas palmeadas, ganaban algo de altura en busca de nuevas presas y de nuevo se lanzaban como proyectiles. Probablemente estaba ante una de las artes de pesca más antiguas. Al sumergirse llenaban de agua la gran bolsa que tienen bajo el pico y tras expulsar el agua por los bordes a modo de filtro (capacidad hasta 11-12 litros cada vez), retenían el pescado que después ingerían.

 

En menor medida pero me recordaban por momentos a los alcatraces sudafricanos de El Cabo cuando la migración de las sardinas llevan a impresionantes cardúmenes de estos clupeidos hasta la costa del sur de África y miles de alcatraces, junto a delfines, tiburones, etc. y otras aves marinas se dan un auténtico festín.


 

Primero desde la arena y después desde un bote estuve un buen rato deleitándome con la escena. Sólo la hora de la partida para regresar al puerto interrumpió lo que prometía ser un rato de descanso en la playa. Tampoco lo cambio.




 

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